23/03/2013

Las palabras corren como los caballos sobre las colinas

La gente escribe libros. Lo hacen con cierta naturalidad aunque estoy segura que con mucho esfuerzo. No creo que sea una meta personal para ellos sino una manera de ordenar los acontemicientos reales o mentales que las palabras les ayudan a entender. 
Para mí escribir es eso. Me pasan cosas, me rodean objetos, me tocan, paisajes y caras, a veces muy tristes, que hacen surgir en mí la necesidad de comprender qué es lo que hay y cómo soportarlo.
Descubrí las palabras bastante temprano. Recuerdo que antes de saber escribir bien llenaba libreta de notas que no se entendían, formaba grafías incomprensibles y simulaba la escritura por el placer del juego. De la misma manera que imitaba a alguna princesa disney, me imaginaba que escribía y lo enseñaba a mi madre para que lo leyese. Ella me seguía el juego, claro, y me decía: "ahá, muy interesante!". De los juegos pasé a la búsqueda de significado de las mejores canciones que os podáis imaginar, así que me sentaba con el reproductor de cassette en el suelo de mi cuarto e iba pulsando el pause para ir anotando en una libreta (que aún conservo) la letra de las canciones que más me gustaban. Una vez lo tenía completo (si no entendía lo que decían, me lo inventaba), reproducía la canción y la cantaba. Copiaba trozos y los modificaba, creando así, mis primeros poemas de tres frases.
Tan parecido a lo que hago ahora, verdad? Tan poco tiempo entre los espacios y los libros que han ido generando en mí, el gusto extremo por las palabras.
Ahora leo menos, menos que cuando estaba en el bachillerato, por ejemplo. En esa época mis constantes vitales se aguantaban de unos hilos finitos llamados amistades y por el fantasma de una juventud inventada por pelis e imágenes publicitarias. Probablemente fui de las adolescentes más ñoñas que habéis conocido, por suerte no había internet. Recuerdo escribir mi diario y recuerdo bien empezar a devorar libros con la intuïción de que en ellos encontraría respuestas a la extensa imaginación con la que guiaba mi futuro. Pensaba que sería actriz, escritora, o bailarina. Que iría a Londres con Maria antes de hacer la sele y cuando volviéramos escogeríamos una carrera muy bohemia. Me visualizaba rodeada de chicos guapos e inteligentes, yendo a manifestaciones como la de la guerra de Iraq y fumando malboro light por las calles de París con el pelo corto. No me cabían las manos en los bolsillos de las minichaquetas que lucía pero escribía muchos poemas para el que fue mi primer amor. Le hacía collages de fotos nuestras, cajas, camisetas y le regalaba flores a su madre con la quien mantenía conversaciones sobre Jane Austen y sus años de soltera en Colera. Aquí ya estaba bastante a gusto con la palabra escrita y me encantaba leer en voz alta. La profesora de catalán era una persona extrañísima de unos treinta años, con gafas de los cinquenta y bambas de estas de tienda del Borne. No se utilizaba la expresión "moderna", pero no hubiera encontrado otra si la hubiese conocido hoy. Ella me habló de Rohmer y la profesora de latín nos dijo que si pudiera transportarse a otra época se iría al mayo del 68, en París. Al poco tiempo fui a la filmoteca por primera vez y luego ví en el cine "Los soñadores" con Mariona y Ágata, pel·lícula que haría que los nombres de Godard, Truffaut y Keaton empezaran a entrar en mi cuarto. El mismo que años antes me servía de karaoke especializado en rock catalan. 
Ahora tengo otros diarios que he ido usando de manera incoherente e inconstante en los últimos diez años. Este blog es uno de ellos.
Ayer, cuando compraba dos libros escritos por dos personas conocidas, próximas y admiradas, me planteaba Marc, que porqué no intentaba hacer yo uno. 

- Tendría que ser de relatos cortos - le dije - tipo Carver -.
- A mi lo que me gustaría leer en tu libro es una autobiografía exagerada con ficción de esta que nos gusta a nosotros-. Me contestó.
- O sea, lo que hago en mi blog, pero bien escrito -.
- Sí, eso -.

No me hace falta escribir libros aunque sí que me hace falta escribir. Se agradece mucho cuando la gente lo hace y se lo toma en serio. O mejor, cuando se toman en serio las palabras y la vida en broma.

Como dice uno de los últimos poemas del libro de Sílvia:

El buit definitivament impossible 
de convertir en llibre.


1 commentaire:

dante451 a dit…

yo creo que algún día necesitarás escribirlos. Venecia ya habrá desaparecido por aquel entonces.