Me estoy pintando las uñas de color naranja fluorescente mientras
miro semiatenta los cortos de Miguel Gomes. Jordi está jugando al fútbol, como
cada miércoles y me he comprado un pack DVD con cosas del director. Aunque hoy
he vuelto a un trabajo que me aburre, he pasado unas vacaciones llenas de amor
de todo tipo. Me acerco bastante a la idea de felicidad extrema que tengo
en mi cabeza.
Después de ver los cortos con detenimiento y recordarme que
estoy muy fuera de tono, ceno un vaso de leche con colacao y galletas y me
dispongo a ver la segunda parte de Tabú, el primer film que descubrí de Gomes.
Hace un par de años, cuando se estrenó aquí, Marc me dijo que me quería enseñar
una peli pero no me dijo cual íbamos a ver, así que me hizo entrar en los Verdi
sin mirar la cartelera y descubrí la película poco a poco, como a una persona a
la que no conoces de nada, de la que nadie te ha hablado nunca antes y que un
día te encuentras casi, solo casi, por casualidad. Fue una bonita sorpresa y el cine de
Gomes, que ahora ya conozco mejor, nos atravesó a los dos.
Lo que más me atrae de su cine es la noción de fantasía y de infancia. Nada me molesta más que la gente que hace cine y no se divierte
haciéndolo. Eso se percibe rápidamente en la mayoría de los casos y el mundo del cine está plagado de gente aburrida hablando de lo mal que lo pasan en su trabajo. Las
historias de Gomes son contadas con la pasión del que cuenta un cuento a un
grupo de niños embobados. De hecho, en una entrevista cuenta que le pidió a la
actriz que interpreta a Pilar que su personaje debía transmitir eso, el que
mira el mundo embelesado, cautivado por las historias ajenas y por sí mismo. Además, Gomes no nos considera tontos como les pasa a tantos otros. A los espectadores nos hace preguntas de las que no tiene la respuesta y nos guiña el ojo con picardía, todo el rato. Pilar va al cine a menudo igual que Sofía e igual que Miguel, Marcos sólo quiere pasárselo
bien. Estoy muy nerviosa.

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