Ahora está en una cafetería que queda cerca de su casa. Ha llegado de un funeral y no sabe qué hacer con las dos horas que le quedan hasta la comida. Decide caminar, pero no ve el interés en un lugar en particular. Es de naturaleza desconocida, este sentimiento que le acecha al doblar la esquina de la calle dónde él vive. No es como si no se diese cuenta de lo que está haciendo, sabe perfectamente lo que está haciendo. Este forzando el azar para encontrarlo por la calle o simplemente, para pensar en él.
Sin embargo, siente un fuerte vacío causado por las palabras de los amigos de la difunta durante el entierro. “Aquesta gran putada” ha dicho un señor, refiriéndose a la muerte de una mujer demasiado joven para encontrarla. Los ha dejado a todos con sus silencios de incomprensión y les ha ayudado a decirle adiós, supone. Había algo tan ateo y tan sumamente poético en las palabras de su amigo barbudo, que el retrato de ella, a la que no conocía personalmente, se ha creado alegre y luchador en medio de la sala.
Nunca es igual cuando muere una madre.
Antes de levantarse de la mesa, mira a la calle con expectación. Está sudando, se está poniendo triste a cada segundo que pasa, que le pasa, ¿qué le pasa?
Se va, deja el periódico y pide la cuenta con una voz muy grave que sabe que causaría la curiosidad de aquel que la escuchara de espaldas. Le gustan las espaldas, ella misma tiene una parte muy sensible en la nuca que siempre reclama la atención sexual de los hombres con los que hace el amor. Paga el café pero nadie la mira, se marcha.

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